Antes de saber que iría a Londres, ya sabía que iba querer registrar todo lo que me pasaba, en el momento que me pasara, para recordarlo siempre. Y así nació Kundalondon. Era un espacio virtual, pero quizás fue lo mas real que me pasó: mi manera de comunicarme, mi manera de entender lo que estaba pasando.
Porque Kundalondon viene de la energía Kundalini, que dicen "sube verticalmente a través de la columna vertebral, atravesando todos los chakras y alimentaría el cerebro, modulando su actividad. Es una energía evolutiva, y según el grado de activación en el individuo, condicionaría su estado de conciencia." Supuse que exactamente eso iba a ser Londres para mi. Y lo fue.
Gracias a los que me leyeron, los que me comentaron, los que escribieron, los que me visitaron y los que hicieron posible mi ida a Londres en general.
Iba a hacer un último post conmemorativo tipo K² o Curiosidades , pero se me hizo imposible elegir. Aca dejo registrado durante mis 18 meses londinenses. Con mis trabajos, mis viajes, mis visitas, mis mudanzas, mi estudio y mis dilemas ocacionales. Aca dejo mi alma abierta.
Gracias.
Kundalondon
domingo, diciembre 16
lunes, octubre 8
London
No sé porque, me pareció apropieado traducir el post anterior... asi que aca va el único Kundalondon en inglés:
If I eventually came back, it`s not because I stopped loving it, but becuase I realized that I had a former love: Buenos Aires.
___________
There were
others before: India was a platonic situation that become a summer affaire that I
will always remember and hope to experience again.
Colombia
was a rebound fling that came to be when Cuba turned me down, but that
eventually won me over with its joy and charisma.
Nicaragua
was one of those unexpected love stories, when you find yourself too happy without
even realizing it. Mexico kept seducing me way after I had left. Brasil won me
over several times showing me its several different sides.
London was
different. London was the ultimate commitment, it was leaving my life in Buenos
Aires, it was the moving in.
When I
arrived I barely knew it: I understood part of its history and recognized some
of its icons... but I already admired it for its historical, political,
economical and cultural relevance and loved it for its music, it`s musical
-filled avenues and, basically, because it was the center of the world.
It didn`t
take long to see that it was a perfect world: public transport always worked,
the streets were always clean, the parks were always beautiful, the little
houses in every street were all alike and picturesque and... so english! The
buses made no sound, everyone was kind, and even the infamous english weather
was not as bad as expected. I had the feeling that I was living in a fictional
world, like the ones created by Disney imitating a real city. It was little
London, where everything works, where everything works, everything is clean,
and everyone is happy.
The only
problem is that I think there is something strangely unattractive about
perfection. Somewhere along the way I made the decision (let`s call it prejudice
if necessary) that truth lies in chaos, charm lies in rusticity and beauty lies
in scruffiness. Because those little imperfections are what makes it authentic,
which makes something real, which makes it understandable, which makes it
lovable.
And though
it doesn´t seem logical to go through life complaining because the underground
works and the streets are silent and everything is easier in London, I
sometimes felt that everything was too structured and too planned and thus I
was missing the mystery of intrigue, the adrenaline of uncertainty, the emotion
of surprise.
I slowly
understood that that was not in fact London`s essence, but it was merely an adjective
directly related with it culture, long history and way they do things. I
started to catch brief glimpses in between the cracks of that chaos that that
perfection was trying to control. And I realized that that combination of
structured chaos and controlled rusticity was, in fact, the real London.
This
allowed me to truly fall in love with London and loose myself in it. And that`s
how the iconic points slowly started became the scenery of my life. I would go
to Piccadilly Circus not just for the sake of Piccadilly Circus, but because
that`s where I met up with my friends. I would walk down Oxford Street not as a
tourist but trying to solve a mundane problem like a broken computer. On my lunch
break I would picnic at Regent’s Park. And every time I ran into one of the
markets the in the city I would waltz around for a while and buy whatever I needed that week.
As one of
the most diverse cities in the world, I was surprised by the number of English
people I met. I was welcomed to their homes, ate their food, danced at their
clubs, talked to them, went out with
them, laughed with them, hugged them, got drunk with them, and loved them (and
love them). And also loved the pub culture: how everybody is welcome,
there is one everywhere and one could easily go to one every day of the week.
I arrived
admiring it for many different reasons, I learned to overcome some apparent
deffects, and I ended up loving it for new reasons. And I was extremely happy.
If I eventually came back, it`s not because I stopped loving it, but becuase I realized that I had a former love: Buenos Aires.
lunes, octubre 1
Londres
Londres fue mi primer gran amor.
Hubo otros antes: India fue un amor platónico que se convirtió en un affaire de verano que siempre recordaré y que espero repetir.
Colombia fue una historia de rebote, cuando me rechazó Cuba, pero que me terminó conquistando con su simpatía y buena onda.
Nicaragua fue de esos amores inesperados, en los que te encontras demasiado feliz casi sin darte cuenta, México me siguió seduciendo mucho después de que se terminara, Brasil me conquistó varias veces mostrándone sus numerosas facetas.
Pero Londres fue distinto. Londres fue el jugármela toda, el dejar mi vida... fue el irme a convivir.
Llegué sabiendo demasiado poco: entendía un poco de su historia y quizás sabía identificar alguno de sus iconos más reconocidos gracias a alguna película. Pero ya la admiraba por su importancia histórica, política, económica y cultural y la quería por su beta musical, por sus avenidas rebosantes de musicales, y, básicamente, porque era el centro del mundo.
No costó descubrir que todo era perfecto: el transporte público funcionada, las calles estaban limpias, los parques estaban en perfecto estado, las casitas en cada cuadra eran todos iguales y lindas y ... ¡tan londinenses! Los colectivos no hacían ruido, la gente era toda amable, y hasta el mal afamado invierno inglés era mucho mas tranquilo de lo esperado. Mi primera sensación fue que estaba viviendo en un mundo ficticio, como los creado por los parques de Disney imitando una ciudad real. Era Little London, el lugar donde todo funciona, todo el limpio y todos son felices.
El problema es que yo creo que hay algo extrañamente no-atractivo en la perfección. No sé en qué momento me hice la idea (llamemoslo prejuicio si quieren) que en el caos está la verdad, en lo rústico está el encanto y en lo desaliñado está la belleza. Porque las imperfecciones son lo que hacen que algo sea auténtico y esa autenticidad es lo que lo hace real, y esa realidad lo hace entendible y ese entendimiento lo hace querible.
Y aunque no parece lógico ir por la vida protestando porque el subte funciona a la perfección, las calles son silenciosas, los tiempos se cumplen y todo es un poco más fácil en londres, llegué a sentir que estaba todo demasiado estructurado, demasiado planificado, demasiado indicado y que por ende me faltaba el misterio de la intriga, la adrenalina de la incertidumbre, la emoción de la sorpresa.
Pero de a poco entendí que esa no era la esencia de Londres, sino tan solo un adjetivo, que de hecho nace justamente de esa larga historia, cultura y manera de hacer las cosas inglesas. Fui encontrando entre las grietas ese buscado "caos" que esa perfección trata de controlar y entendí que esa mezcla de caos estructurado y de rusticidad controlada, era, de hecho, el verdadero Londres.
Ese entendimiento me permitió enamorarme de Londres y perderme en ella. Los lugares icónicos de a poco se fueron convirtiendo en la escenografía de mi vida. No iba a Picadilly Circus sólo para sacarme una foto en Picadilly Circus, sino que ahí me juntaba con Audrey a tomar algo. Paseaba por Oxford Street buscando desesperada algún técnico de computadura. En mi hora de almuerzo hacia un picnic en Regeant`s Park. Y cada vez que encontraba alguno de los mercados que abundan por la ciudad - de comida, de fruta y vegetales, de antiguedades, de flores, de música, de libros - me quedaba un rato y compraba mis compras semanales.
Siendo una de las ciudades como más diversa del mundo, conocí un número sorprendente de ingleses, desde el lado social y desde el lado laboral. Comí en sus casas, bailé en sus boliches, salí con ellos, reí charlé, me emborraché, conocí y quise. (Y quiero.) Pude vencer su barrera del politness y me hice amiga. Desde el punto de vista laboral, me quedé asombrada frente a su capacidad de quedarse horas trabajando frente a la computadora, me horroricé frente a su poca predisposición a sociaizar en el trabajo, pero me volví a amigar cuando fui parte de su ritual casi semanal de hacer after office en un pub. Entendí que ese era su espacio de relax y de ocio separado - muy estructuralmente - del lugar de trabajo. Y Amé los pubs: su universalidad (va gente de todas la edades), su abundancia (hay uno por cuadra), su cotidianeidad (quizás iba a uno todos los días de la semana).
Llegué admirándola por muchas cosas, aprendí a sobrepasar algunos de sus defectos y terminé queriéndola por otras. Y fui muy feliz.
Si volví, no fue porque lo dejé de querer. Sino solamente porque me di cuenta que tenía un amor mas fuerte: Buenos Aires.
martes, septiembre 4
Gran paréntesis: Ghana
Hacé rato aprendí que la clave es tener caprichos. Cuando uno tiene esos caprichos, se enterquece con una idea y logra llevarla a cabo. Solo asi puedo explicar mi paso por Ghana, no creo que fue una decisión sensata en ningún aspecto, salvo que tenía tantas ganas de hacerlo, que no me quedaba otra.
Durante mi estadía en Ghana pude compartir mi experiencia vía Moda Moon. Aca dejo los links a todas mis notas:
Entrega I: Llegada
Entrega II: Trabajar en África
Entrega III: Pasear por Ghana
Entrega IV: África de primera mano
Entrega V: La religión en Ghana
Entrega VI y final: Partir de Ghana
Durante mi estadía en Ghana pude compartir mi experiencia vía Moda Moon. Aca dejo los links a todas mis notas:
Entrega I: Llegada
Entrega II: Trabajar en África
Entrega III: Pasear por Ghana
Entrega IV: África de primera mano
Entrega V: La religión en Ghana
Entrega VI y final: Partir de Ghana
jueves, agosto 16
Entre paréntesis: Estambul
"En Estambul, la amargura es tanto un importante senimiento de la música local y un término fundamental de la poesía como una manera de ver la vida, una actitud mental y lo que supone el material que hace a la ciudad ser lo que es."
Orhan Pamuk, Estambul Ciudad y Recuerdos
Cruzando el Bósforo |
Llegué a
Estambul queriendo encontrar el hüzün. Caminé por sus calles, me perdí por
sus barrios, visité varias de su más de 3000 mezquitas, navegué por el Bósforo
y por el Golden Horn, me sumergí ansiosa
en la ciudad con la expectativa de encontrarme con esa amargura tan
omnipresente descrita por el premio Nobel del literatura turco. Palpar esa amargura, poder percibirla y compartirla y hacerla propia significaría que
vería la ciudad como la ven ellos, que la entiendo, que la sufro, que la
siento.
Pamuk
explica que el hüzün surge del saber
que en algún momento fueron parte de la antigua Constantinopla, capital de
varios imperios, centro del mundo. Es una amargura que no es nostalgia y que no
se reniega, sino que - como define él- "asumimos con orgullo y compartimos como comunidad". Supongo que
al abrazarse a esa amargura de alguna
manera buscan seguir conectados con su pasado glorioso. Es su manera de
manifestar que hoy aceptan que están como están, pero que saben que pueden - y
deben – estar mejor. Es el inconformismo de un pueblo que supo tenerlo todo.
En la Hagia Sophia |
Sin
embargo, a medida que pasaban los días los sentimientos que me surgían eran
fascinación, inquietud, admiración, intriga, sorpresa y toda una gama de
emociones que estaban muy lejos de esa amargura que buscaba tan
empecinadamente.
Pero será
que mientras Pamuk ve los fantásticos monumentos árabes como un constante
recordatorio de la grandeza perdida de
Estambul, yo, que conozco Estambul por primera vez y no exijo ni pretendo mas
de ella, inconscientemente hago caso omiso de la parte de "perdida" y
me quedo admirando incrédula la belleza y el poder de la ciudad actual.
Será que
mientras Pamuk llora la ausencia de personajes y costumbres
"exóticos" que se fueron perdiendo con la occidentalización de la
ciudad; yo - que no tengo punto de comparación - no puedo caminar mas de una
cuadra sin ver algo nuevo, distinto o anormal (llamemoslo -¿por qué no? – “exótico”)
que me llame la atención.
Será que
mientras él ve la pobreza general como una herida que no deberían tener; yo -
que llegué esperando mucho mas pobreza - me fui asombrada por la pujanza y el
nivel de vida.
Él vio
miles de mansiones a orillas del Bósforo desaparecer incendiadas; yo sólo ví el
mar plagado de palacios y palacetes impactantes.
Él vio una
ciudad que creció diez veces su tamaño en menos de cincuenta años sin dar
abasto, con costumbres y ese sentimiento más cálido que se perdían en el
interín; yo sólo vi una ciudad enormemente extendida, única, linda y amable.
Adentro de la Blue Mosque |
Tardé
varios días en aceptar que no iba a ver esa amargura, que mi afan de sentir la
ciudad como los locales iba a ser imposible no porque fuera falso, sino porque
-justamente- , es necesario ser local para sentirlo. Y yo no sólo no soy local,
sino que soy enormemente extranjera.
¿Cómo puede ser que sepamos tan poco de ciertas partes de la historia del mundo? ¿Qué entendamos tan poco ciertas religiones? ¿Y qué inevitablemente vayamos formando una visión tan subjetiva y condicionada de lo poco que sí conocemos? Nos dejamos llevar por ese mundo tan fantástico como aparentaba serlo en Las mil y una noches, nos metíamos constantemente en internet para descifrar mejor alguna etapa de su pasado, nos reíamos de que los personajes que ellos consideran héroes, a nosotros en nuestra historia o en la cultura popular nos los pintaban como los "malos", nos entreteníamos con largos debates sobre la dicotomía oriental/occidental y cuestionábamos esa asociación de lo occidental con el “progreso”.
Principalmente, nos quedamos mesmerizados frente a ese mundo tan similar al nuestro y a la vez tan distinto, tan antiguo y a la vez tan moderno, simplemente tan contradictorio, tan misterioso, tan atrapante, tan admirable, y, al fin y al cabo, -desde los ojos de un extranjero- tan poco amargo.
¿Cómo puede ser que sepamos tan poco de ciertas partes de la historia del mundo? ¿Qué entendamos tan poco ciertas religiones? ¿Y qué inevitablemente vayamos formando una visión tan subjetiva y condicionada de lo poco que sí conocemos? Nos dejamos llevar por ese mundo tan fantástico como aparentaba serlo en Las mil y una noches, nos metíamos constantemente en internet para descifrar mejor alguna etapa de su pasado, nos reíamos de que los personajes que ellos consideran héroes, a nosotros en nuestra historia o en la cultura popular nos los pintaban como los "malos", nos entreteníamos con largos debates sobre la dicotomía oriental/occidental y cuestionábamos esa asociación de lo occidental con el “progreso”.
Principalmente, nos quedamos mesmerizados frente a ese mundo tan similar al nuestro y a la vez tan distinto, tan antiguo y a la vez tan moderno, simplemente tan contradictorio, tan misterioso, tan atrapante, tan admirable, y, al fin y al cabo, -desde los ojos de un extranjero- tan poco amargo.
En el Spice Market |
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